martes, 12 de abril de 2011

PUNTO Y FINAL

Por Carlos Rull

Hoy decimos adiós. Tal vez no un adiós, ni un hasta luego, más bien un hasta siempre: aquí quedan letras y estrellas a disposición de quien tenga a bien leerlas, ya que, como suele decirse, scripta manent, aunque sea virtualmente. Las voces ya no cantarán más en esta página, cada una se retira a su pequeña celda para seguir perpetrando su propia melodía. Y una nueva canción común que dentro de un tiempo volverá a sonar en la red.
  
Han sido cuatro años y tres meses – que suman siete – que vienen a cerrar un ciclo hoy, doce del cuatro – que también suma siete –, en el que hemos escrito de todo y para todos: 1125 entradas que no suman siete pero sí construyen todos los mundos imaginables. Siete voces que en realidad han sido veintiuna, un caos sutilmente trenzado de tonos y armonías que supimos cantar juntos para crear un estilo propio: la suma de todos los estilos posibles.

SieteVoces se queda al pairo, todos los puertos a la vista, todos los vientos en sus velas, y atada en su mástil, resistiendo los cantos de todas las sirenas, nuestra pequeña antología que podéis conseguir AQUÍ. El simbólico grimorio de la magia que durante cuatro largos años nos ha mantenido unidos, aprendiendo, compartiendo, creciendo.

Andreu, Iván, Marc, Carla, Rubén, Rubens, Rufino, Núria, Camille, José, Ester, Óscar, Sergio, Raquel, Mercè, Antònia, Paula, Israel, Jesús, Jordi: gracias a los que escribisteis, a los que leísteis, a los que comentasteis, a los que criticasteis, a los que animasteis, a los que os fuisteis, a los que os quedasteis. Y me detengo antes de que esto parezca el anuncio de la Coca-cola. Gracias a todos. Gracias por el entusiasmo, la imaginación, la alegría, la lucidez y, sobre todo, por la amistad. Y hasta siempre.


Aquí yace SieteVoces. Que no descanse en paz.
  

lunes, 11 de abril de 2011

Nunca mais


A Esther-Ana Álvarez, in memoriam


Estamos en tiempos de despedidas, así que no va a resultar disonante que yo hoy publique este post aquí. Y si así fuera, me la traería floja: es época de adioses y de crisis, de modo que sálvese quien pueda. Al fin y al cabo, mi amiga ya no va a poder leer estas líneas.

Se llamaba Esther y nació un 7 de noviembre de final de los cincuenta. Yo la conocí en la ciudad condal en los primeros noventa. La casualidad quiso no sólo que compartiéramos nombre y signo zodiacal, sino también espacios geográficos –y eso que ambas éramos inmigrantes en Barcelona y procedentes de zonas distantes entre sí-, intereses profesionales e intereses académicos.

Coincidimos en las aulas universitarias, primero las dos a un lado de la tarima en los estudios de tercer ciclo, luego en el bando contrario: tenía una habilidad especial para la preparación de las clases, sin duda por su mucha expertise, dado que me llevaba justo una década de ventaja –exactamente 10 años y 1 día- y se conocía los trucos de la didáctica del inglés al dedillo. Muchas fueron las tardes que pasamos mano a mano preparando ítems para exámenes y redactando Reading comprehensions de textos sobre Algonquian Cinderellas y empowering feminism.

Era menuda y de ojos azules. Con frecuencia me vi tentada de descubrir, no sin orgullo, un cierto paralelismo entre nuestras personas cuando afianzamos la amistad y nos dio por intercambiar confidencias del tipo al que las mujeres somos dadas (familia, amores, desamores, sexo, hijos…). Pero siempre acababa por concluir que, en realidad, el paralelismo no era más que fabulación mía: ella era mucho más animosa y decidida, y poseía la portentosa y admirable capacidad –admirable al menos para mí, que no la poseo- de saber separar el grano de la paja, es decir, elegir lo que merecía la inversión de sus energías –o preocupación- y descartar el resto sin miramientos.


Así que cuando circunstancias de la vida hicieron que siguiéramos caminos divergentes y supe de su enfermedad, nunca dudé de que la superaría con éxito: había criado dos hijos prácticamente sola, trabajaba más horas al día más meses al año de lo que los estándares de salubridad actuales, ni siquiera los del s. XX, considerarían aceptable, y por fin había podido realizar su sueño de defender en su propia universidad una tesis doctoral. El ánimo, el buen ánimo, y la buena disposición mental son fundamentales para la curación, vaticinan a diestro y siniestro los gurús de la medicina. Y ella los tenía, a pesar de todo.

En una sala lateral del patio de letras del histórico edificio de la Universidad de Barcelona la vi por última vez, poderosa y diestra en aquel melieu académico al que yo ya me había rendido, defendiendo con diligencia sus hipótesis sobre las narrativas orales en inglés. La famosa frog story nos había unido unos años antes y me había abierto las puertas de su guarida familiar, muy cerca del hospital Clínico. La frog story y sus narrativas cerraron también nuestra historia, aunque de aquel momento haga ya 10 años largos y yo no haya tomado conciencia hasta ahora.

Porque Esther se fue sin yo saberlo. Su buen ánimo y buena disposición mental no fueron suficientes esta vez para vencer la enfermedad. Las postales navideñas que cada año le enviaba y que nunca me fueron contestadas hoy adquieren un nuevo significado. Debo admitir que prefiero no imaginar hoy lo que en realidad fueron sus silencios, que yo atribuí al estrés derivado de su –suponía que- nuevo estatus entre el staff académico universitario y a la consiguiente falta de tiempo. Si en lugar de 10 años hubieran sido 5, la tecnología habría jugado en nuestro favor. Pero los acontecimientos, especialmente los luctuosos, no se programan ni se planean: sencillamente ocurren. Como ocurrió hoy el fortuito encuentro con el portador de tan malas nuevas: aunque sólo fueran nuevas para mí, ello no las hace menos malas.

Te he evocado a menudo este tiempo, Esther; he recordado cómo nos unieron nuestros intereses académicos hace ya tantos años, el amor que ambas profesábamos por esa lengua, el inglés; cómo nos reímos redactando aquel paper sobre los intercambios orales a partir del clásico de Lolita con Peter Sellers y James Mason de protagonistas. Me he preguntado también por tu salud, por tu matrimonio, que atravesaba malos momentos, por tus dos hijos con quienes compartí algo más que una comida y una visita al supermercado. Me he alegrado a distancia de la que imaginaba tu despuntante y ansiada carrera académica después de superar cum laudem esa prueba que tanto nos atemorizaba a ambas. Y sin duda, te he tenido presente cada uno de estos 7 de noviembre que han transcurrido desde que dejamos de vernos. Pero jamás, jamás, jamás pude imaginarme que tus silencios significaran tu ausencia ya definitiva.

Esta foto de las dos, tomada en París en 1998, ocupará a partir de hoy un lugar privilegiado entre la memorabilia digna de ser salvada del olvido. Porque desde hoy sé, y no puedo hacerme a la idea, que nunca mais, Esther Álvarez, PhD. Nunca mais, compañera tocaya.

domingo, 10 de abril de 2011

REQUIEM por mi TV


(Por Sergi(o))


Su imagen se apagaba progresivamente

mientras su vida iba pereciendo

bajo una espesa niebla de pequeñas hormigas descontroladas,

después,

tan sólo el resquicio de una minúscula estrella

que se diluía entre el universo negro de su pantalla

. . . y así ocurrió.

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Mi televisión murió ayer.

Fue una muerte repentina...


"las tropas norteamericanas han bombardeado la capital de Irak y el contraataque es inminente. . .”


. . . y entonces enmudeció.


21 años de emisión ininterrumpida

se interrumpieron.


. . . y ya no habrá más noticias de las 15:00,

y ya no habrá más tráfico de armas,

ni más contaminación incontrolada;

ya se acabaron los políticos corruptos,

los incendios forestales,

los suicidios colectivos,

y las manipulaciones genéticas;

no habrá más "blancura en tu ropa en cada lavado"

y se erradicarán las muertes por inanición.


Pero sin embargo

me equivoqué, me equivocaba,


porque allí estaba el mundo

terrible, transparente,

como una inmensa pantalla circular

para mostrarme las noticias

de las 15:00

de las 16:00

de las 17:00 . . .




y esta vez

yo no tenía el mando a distancia

para poder cambiar de cadena.


sábado, 9 de abril de 2011

Relato de no ficción

Allí, en una de esas calles cercanas al mercado, en una planta baja de la calle de la Sal donde lo único que falta es esa niebla estancada de los parques de Londres antes de cometerse el crimen, casi camuflada entre portales desiguales y ventanas enrejadas a ras de suelo está la entrada de la librería. Cruzo el umbral y experimento una sensación extraña. Es como traspasar una línea a un universo turbio de ficción, salir de golpe a un escenario recién montado para una representación a punto de empezar con su iluminación tenue y su decorado preciso que sin duda sugiere un trama truculenta. Me adentro en ese reducido espacio que a la izquierda alberga tantos libros de portadas alusivas en aparente desorden, de suelo a techo de las estanterías, tocándose los lomos como filas de sospechosos en una rueda de reconocimiento y enfocados por los puntos de luz del techo como si algún policía impaciente les conminara a confesar su delito. Elijo esa dirección y rodeo una mesa llena de ejemplares agrupados en pilas desiguales mientras cada vez más empiezo a percibir otras presencias cercanas. Creo que al llegar hace unos segundos apenas había alguien en el local que ni siquiera ha reparado en mi entrada. Ahora, en cambio, son varias personas las que se mueven a mi alrededor como sombras sigilosas. Hay quien sigue mis pasos y se detiene cuando yo lo hago, cuando escojo un libro y leo la contraportada él hace lo mismo aunque me esté dando la espalda. Me vigilan. Metro y medio más adelante, hacia donde debería dirigirme si siguiera el recorrido que he empezado, hay dos más que están de pie y se hablan en voz baja al oído, como dándose instrucciones que yo no debiera escuchar. Si levanto la vista veo más gente dispersada aunque algunos han empezado a formar pequeños grupos, como el que tapona la puerta de salida neutralizando mi posible huida. Todos deben seguir la misma consigna, la de ese tipo del mostrador que parece el cabecilla y que habla con unos y con otros y que con gestos casi casi imperceptibles está dirigiendo la operación. Se conocen, de eso no hay duda. Todos han entrado detrás de mí. Quizá me siguieran antes de llegar a la puerta, cuando he cruzado la plaza del mercado y a mi paso se levantaban de los bancos, dejaban de hojear las revistas del quiosco y depositando una propina abandonaban la barra de los tres o cuatro bares donde esperaban el momento para seguirme a poca distancia. Cuál de todos llevará el arma que me ataque escondida en las honduras de su bolsillo. Reculo, paso rozando al tipo que tenía detrás de mí y me coloco en un lugar donde nadie pueda atacarme sin al menos poder adivinar sus intenciones. A mi espalda no hay nada más que un panel con panfletos, recortes de periódicos y fotos colgadas con chinchetas, como de desaparecidos o de fugados perseguidos por la justicia. Y ese olor. Ese extraño olor, desubicado pero agradable. Parece que algo tiene que pasar en cualquier momento. Mejillones, claro, es sábado por la mañana, cómo no recordarlo. La mesa al lado de la entrada y al instante alguien trae las botellas de vino, los vasos y la cacerola que humea al pasar dejando un rastro que se abraza al aroma de las novelas negras que abarrotan el espacio. Claro. Más tranquilo me acerco a la mesa. El supuesto complot de perseguidores se desvanece y su objetivo pasa a ser ahora el contenido de la cacerola. Se reparten vasos, se medio vacían las botellas y se van dejando las conchas en un plato anexo. Yo cojo uno con los dedos. Coincido haciendo lo mismo con el tipo que me seguía los pasos pero ahora los dos intercambios una sonrisa de aprobación. ¿Yo a qué venía? Me acerco al cabecilla que sigue hablando con unos y con otros. Cuando puedo le pregunto, le pido consejo: algo así como Jim Thompson pero español y actual, un personaje principal con tendencias autodestructivas y de moral más que dudosa. No se lo piensa mucho, lo tiene claro, me recomienda Julián Ibáñez, Giley, me lo dice mientras me ofrece un vaso de vino. La conversación se alarga. Cuando salgo con el libro recién comprado dentro de la bolsa noto que el vino me ha subido un poco. La ropa tendida de los balcones y de los tendederos que instalan delante de las puertas de las casas se balancea como si siguiera el ritmo de una canción lenta, con el sonido muy bajo, las bombonas de butano parecen inmóviles centinelas que vigilan las entradas y los antiguos toldos de madera apenas esconden las vidas que se agitan en el interior de los pequeños pisos. Hay bicicletas apoyadas en las paredes, charcos dudosos donde las palomas se avituallan y conversaciones interrumpidas por la hora de la comida de las que sólo han quedado un par de sillas abandonadas junto a la puerta. Y pensar que un poco más allá está la Barcelona post olímpica, adónde vaya, tres o cuatro calles a la derecha o a la izquierda, adelante o atrás, y ya habré salido. La librería Negra y criminal podría estar en cualquier otro sitio, crecer, recibir innumerables visitas. Pero hablamos de esencia no de mercado. Lo primero se respira y lo segundo se consume. Miro hacia atrás pero aunque me lo siga pareciendo creo que ya nadie me persigue.

jueves, 7 de abril de 2011

Bloody Blonde


Por Raquel Casas


La joven-deconocida-que-encontré-en-un-bar al final me dijo que ya no soñaba conmigo, ni con ovejas eléctricas; ahora solo se le aparecían imágenes de la guerra.

- Oh God, I’m so bloody blonde sometimes!

Quizá tenga los recuerdos implantados, como Rachael.


*

lunes, 4 de abril de 2011

Poética incivilizada o poética del olvido


Miro hacia atrás y sólo encuentro un lejano y dolorido olor a brezo.

Aún nada alienta en la alameda de los sueños y ya el carro de los cómicos se aleja lentamente.
JULIO LLAMAZARES en La lentitud de los bueyes



Por Ester Astudillo


Tiempo hubo, hubo un tiempo en que los hombres-buey

transitaban las lindes de los campos.


Entonces el dolor no era aún síntoma: era refugio,

y el arriero acogía la muerte sin ruido,
la paja del camastro
ardía en la pira comunal después
o servía de lumbre para el puchero.


Es poso hoy ese tiempo.

No vale volver la cabeza y admirarse.

Las calendas no responden a aquella cadencia de piedra

anterior a los dioses, los jardines, las promesas.


Los hombres-buey no atienden a la ley de la rueda:

la que pactaron con su amo fue una servitud gentil
hecha de muérdago, brezo y almizcle,
remedo de sol y nieve y heno.


Luego el hilo con el huso, el álamo,
se añadieron
al ajuar de barro y pasto.
No existe precio
para la libertad
de una tregua en los campos.


La sangre la mece el calor de las ortigas, el beso y el deseo

antes del amor. Antes de que la siega abulte los arcones.

Los arrieros desconocen las palabras y la paz

para pintar el frío del lucero. Aunque duerman al calor

de las brasas lentas hundidas en su propia mansedumbre.


Ningún apremio.

Mandil, cántaro, azogue y guirnalda

son sólo nombres antiguos para los ciclos del año,
testigos mudos;
acaso la herrumbre del olvido.

viernes, 1 de abril de 2011

Neverland





Per Mercè Mestre


'No creceré', jura Barrie.
Y cierra el libro.

Y abre todas las ventanas de su casa.

Rodrigo Fresán, Jardines de Kensington




Pan Peter sempre vola en contradirecció.

Ara és tan vell que no recorda quan va deixar de ser vell
i va tornar a ser nen.

La memòria no és el seu fort.

Confon els ulls de la seva mare amb els de Rita,
aquella noia de cabells vermells i guants llarguíssims
que castiga amb indiferència els homes.

I ella se'l mira des de l'aire, enfadada,
a través del tul negre del seu barret de vellut.

No seas teatral, Pan. No hagas ver que no me conoces.

Pan es posa nerviós perquè la seva mare
té els ulls grisos quan s'enfada,
però ara no sap si són verds o grisos
o grisos o verds... Marga... Rita!
Verds!

Confon el darrer petó del seu pare
a l'estació
amb el cop de bastó d'un àngel.

El comiat de Frank sempre el fa plorar,
com a les velles pel·lícules.
Aquell petó a la mà amb la finestra del tren baixada
poc abans que es posés en marxa...

No van tenir temps de madurar junts,
d'envellir plegats menjant ametlles,
sentint bajanades a la ràdio.

Pan Peter sempre vola en contradirecció.

No ha vist que dos mariners americans
el saluden des del fons de la pantalla.

Frank! Gene! Encara són tan joves...

Els recorda del col·legi, als catorze:
1937 va ser un any difícil.
Estaven prims, no menjaven gaire,
però entre bomba i bomba reien.

Després els capellans es van cruspir els rellotges.
Tic tac tic (se sentien dins la panxa
del rabiüt que explicava història) tac.

Neverland.
Mai més terra. Mai més.

Pan Peter, Frank, Gene, Pater Pan, pater, pare...
Pare!

Nens que van deixar de ser vells.
Van aprendre a cosir ombres,
a fugir de nit per la finestra,
a volar en contradirecció
més enllà de la pantalla.

Neverland.
Mai més.

Vells que ja no recorden
quan van tornar a ser un altre cop,
per sempre,
delicadament nens.


(al meu pare)




jueves, 31 de marzo de 2011

La carn vol carn


Per Raquel Casas

"La carn vol carn"

A. March


Amb el revés de la mà

vull recórrer tota la teua cama:

garrons, sofrages i malucs.

Com una volva de cotó en pèl

continue: melic, mugró i aixella.

Orelles i bescoll. Clivella.

Finalment et vull recórrer

amb la boca socarrada:

besos lliscant amunt i avall,

esgarrant ací i allà.


*

martes, 29 de marzo de 2011

Pareces primavera

Por CRG

Pareces primavera cuando sonríes.
Atrás quedó esa penumbra de costumbre
que otoñó los mapas
y marchitó las sábanas.
Y el rozón invernal
que cercenó las alas
y devastó las palabras.

Pareces primavera cuando sonríes:
y vendrá terciopelo de estío
y nos ovillaremos entre olas
para espigar la luz de la albada.

lunes, 28 de marzo de 2011

Herida


De pronto me sorprendí a mí misma hallando consuelo en el triste dato de compartir con él grupo sanguíneo, universal positivo: la única, la primogénita. Me reacomodé en el asiento de la Renfe soslayando el porqué de la sorpresa y el porqué del consuelo. En el bosque de cifras, congestiones y recelos podría aquel día prestarle mi sangre.